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Soy Pablo Rabelo

El hipster de los negocios

Soy consultor de alta gerencia ex-McKinsey, aventurero destacado en Forbes y Diners, conferencista internacional, podcaster en RockCast, empresario en Experiance, mentor en marca personal y feliz esposo de Olga.

Como consultor y conferencista ayudo a las empresas a pensar y actuar diferente para impulsar transformaciones.

Como mentor, ayudo a personas sobresalientes a transformar sus sueños en proyectos rentables.

P. Rabelo

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Mi travesía en moto por el mundo me proporcionó una historia de vida que le cambió la cara a la forma de abordar el cambio, los desafíos y la resiliencia. Como speaker motivacional, ayudo a las empresas a inspirar a sus audiencias a romper miedos y paradigmas.

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¿PERO QUIÉN ES PABLO REALMENTE?

Invité a mi mamá a almorzar a un pueblito con un anticuario lleno de vejestorios electrónicos. Ella se quedó clavada delante de un viejo radio sonriendo y dijo: “Tú estás aquí por este radio”.

La miré extrañado y me contó la historia de otoño de 1978. Un brasileño de 26 años esperaba en el metro de París con un ramillete de flores a una chica colombiana que lo dejó plantado. Ofuscado y aburrido, regaló las flores a alguien que pasaba y se fue a casa desanimado. La historia pudo haber terminado ahí, pero la vida sabe cómo hace sus cosas. Unas semanas antes, se habían conocido y ella le había pedido prestado su radio y tenía que devolvérselo. Así que tuvieron que verse otra vez, se rieron y no tuvieron más remedio que enamorarse definitivamente.

Eran mis padres.

Tres años después, llegué al mundo. Hijo de un refugiado político brasileño que huía de la persecución militar de los 60s y de una colombiana desilusionada por desamores recientes y por abandonar la carrera que siempre quiso ejercer. La vida los llevó a conocerse en un tercer país por causas opuestas, pero ahí estaban, iniciando su familia.

Sin embargo, preocupada por la dura vida de inmigrantes en la Francia, mi mamá se trajo al brasileño y al niño (yo) a reiniciar su vida en Colombia.

No fue fácil. Mi mamá tomó el primer trabajo que encontró. No era el mejor, pero cumplía. Mi padre siempre enfrentó las dificultades de ser un extranjero en Colombia en los 80s: sin hablar bien español, sin contactos y sin profesión. Nunca logró estabilidad y nuestra familia quedó bajo constante presión financiera, restringida a lo básico.

Así, mi hermano y yo crecimos en una familia de clase media que nos enseñó a agradecer lo que teníamos pero también a desarrollar una especie de ambición difícil de explicar que se atornilló en nuestra personalidad hasta hoy. Fuimos particularmente afortunados en un aspecto: la educación

Mi madre lo ponía todo en orden, pero siempre priorizaba la educación, incluso sobre la comida en los meses más duros. No teníamos los mejores juguetes, la ropa era heredada y los hobbies desconocidos. De niños no entendíamos, pero con el tiempo las lecciones calaron: aprendimos a ignorar lo que dice o hace la mayoría.

Llegada la adolescencia, unos amigos del colegio vestidos de negro preguntaron si quería sumarme a su banda de rock. Abrumado y halagado dije: “No toco nada”. “Nos hace falta un bajista, se le mide?” No pude resistirme. Ese día sentí que algo cambió en mí, como si algo hubiera nacido.

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Así encontré mi primer gran amor: La música.

Descubrir una vocación es dinamita para el espíritu. Necesitaba un instrumento, así que me volví emprendedor. Vendí sándwiches, pitillos con gelatina, brownies y modelos a escala para comprar el bajo. Lo conseguí, y además encontré una razón para dedicar todo mi tiempo y esfuerzo a algo que me apasionaba.

Pero la vida estaba por ponerme a prueba. Mi papá, desesperado tras un largo desempleo, estaba decayendo moralmente. Esa fue la primera vez que hablamos de hombre a hombre.

Le pregunté “¿cómo estás? ¿Qué plan tienes? ¿Qué quieres hacer?” Sabía que su tiempo en Colombia había terminado, pero no podía dejar a su familia. Le dije que nunca nos perdería, pero que su familia no quería perderlo a él. Colombia le era hostil y tomó la decisión más dura de su vida: Lo vimos irse, para no regresar. Ahora tiene una vida feliz en su país.

A los pocos meses me gradué de bachiller y con gran ilusión me aceptaron en la facultad de música. Cinco años de dedicación ahora serían profesionalizados en lo que más me gustaba. Estaba ansioso y dispuesto a darlo todo.

Pero el primer día de clases, suena el celular y me entero que Mateo está en cuidados intensivos. Mateo es mi primo y mejor amigo, una gran promesa del golf en Colombia. Fue operado de la nariz y se infectó. Tras largas horas de espera, mi tío salió y nos anunció que Mateo no lo logró. Mi mejor amigo e inspiración falleció ese día a sus 19 años. Desconsolado, le prometí: si él ya no podría ser el mejor golfista de Colombia, yo sería el mejor bajista por ambos.

Pero la música estaba a punto de darme un puño en la cara. Rápidamente me abrumó ver mi aparente poco talento comparado con otros estudiantes y caí en la desesperación. Me esforcé demasiado y dejó de fluir. Convertí el arte de tocar y crear música en un ejercicio técnico sin vida. Colapsé hasta cuestionarme si la música estaba más allá de mi alcance.

Esta fue mi primera gran encrucijada. 

Me aterraba la idea de desmantelar un proyecto al que había decidido entregarle todo de mi, pero ante mi poco rendimiento y la deuda que mi mamá cargaba para pagar el semestre me rendí. 

Sin un mentor, con solo 19 años, yo creía que el talento lo era todo y simplifiqué mi visión de la carrera hasta el punto de verla como un todo o nada. Ese día mi inmadurez me lanzó a mi primer gran fracaso. Le dije a mi mamá que no pagara el próximo semestre y así fue que ese día dejé morir una de mis grandes vocaciones.

Para entonces no lo sabía, pero renunciar a las vocaciones sin haberlo intentado acabaría siendo una melancolía de por vida.

Sin un proyecto que me diera norte, confundido y lleno de energía estudié ingeniería mecánica y la dejé por falta de empatía. Estudié economía y la dejé por falta de utilidad práctica. Así malgasté por dos años el esfuerzo de mi madre por costear mis estudios cambiando de carrera cada año. 

Hasta que un día, por puro relleno, inscribí una materia que no era de economía y sentí el mismo flechazo de aquella vez en que me propusieron entrar a una banda. Solo necesité una hora de clases para saber que lo mio era la administración de empresas. De eso me gradué y no con poco sonrojo le agradezco hasta hoy su paciencia mientras encontraba mi vocación. Más caro que pagar unos semestres extra habría sido insistir en graduarme de algo irrelevante para mi.

Pablo-Rabelo-en-su-estudio

Así llegó mi segunda gran vocación: Las empresas

A pesar de graduarme de 28 años, un tanto “viejo” para el estándar en Colombia, conseguí trabajos muy buenos. Pensar diferente, tener ambición y ser dedicado resultó ser una llave en la cerradura para abrir las puertas de la consultoría de alta gerencia desde muy temprano. Así entré a hacer parte de una de las consultoras más prestigiosas del mundo: McKinsey. Allí me formé.

Según los estándares de la universidad y de mis compañeros, mi mundo ya era ideal. La plantilla profesional al pie de la letra. Había alcanzado el santo grial profesional y me sentía realizado, así tuviera que trasnochar todos los días.

Pero algo no cuadraba. Una astilla estaba clavada en mi corazón y una voz me hablaba al oído. Yo sabía que mi camino no era dedicarme a jugar el juego de otros, lo mío era tener empresa propia. Mi ambición me lo señalaba con modestia al principio, pero ahora ya lo hacía a gritos y codazos. Hacía ya tiempo que debía dar ese paso pero la zona de confort era demasiado dulce y la idea de perder todos esos beneficios parecía no compensar.

Hasta que pasó lo inesperado. No renuncié sino que me renunciaron. La época no era la más boyante para la firma de consultoría e hice parte del grupo de consultores sin contrato renovado. Me dio un pánico temporal. Reviví las épocas de escasez en casa y era algo que quería dejar atrás para siempre. Pero tenía un as bajo la manga: Mi intención emprendedora. 

Ya con otro tipo de madurez conseguí ver que ese amargo traspié profesional era más bien la grandiosa oportunidad de empujarme a un nuevo proyecto, de romper la frontera de la zona de confort. A estas alturas yo ya sabía cómo se sentía el “golpe de vocación”, era la tercera vez que me pasaba, entonces me pareció emocionante. Lo curioso es que seguía pasando hojas de vida y haciendo entrevistas. Era contradictorio y tuve que reconocer que ambos caminos eran incompatibles. Debía tomar una decisión.

Esta fue mi segunda gran encrucijada y de ella nació….

Pablo-Rabelo-Taller-Corporativo

Mi tercera gran vocación: Ser emprendedor.

Pasé de consultor a emprendedor de un día para otro. Así no más, perdí todas las comodidades de buenos restaurantes, trajes finos y una hoja de vida glamourosa para dedicarme a una aventura empresarial en bus, comida rápida y gastos a punta de ahorros. Dicho de otra forma, lancé una granada a mi rutina, estallé mi zona de confort y reinicié mi vida. Fácil, no. Emocionante, sí. Arriesgado: Ni hablar.

Mi madre jugó un papel crucial, se dedicó a trabajar conmigo y me ayudó a sacar la empresa adelante. 6 años después, con mucho sacrificio, la compañía había logrado posicionarse. Pasamos de ser 3 a un equipo de 15 y me enorgullecía crear ese tipo de impacto en las personas.

Pero sin darme cuenta, me dejé consumir por mi propia empresa. Permití que ocupara todos los espacios de mi vida y de mi mente. Poco a poco acabé siendo un tipo monotemático y aburrido. Mis amigos estaban hartos de que les hablara de Experiance y de graned negocios. Me iba los domingos a un café a crear procesos y por las noches leía libros de gerencia. Tanta dedicación estaba ahogando las demás facetas de mi vida. Estaba obsesionado porque crear empresa era una gran vocación para mi. Pero tenía que curar ese desbalance porque no puedes poner todo tu bienestar mental a merced de una sola cosa.

Todos los días pasaba frente a un concesionario de motos de camino a la oficina y solo por curiosidad entré una noche que salí a caminar. En mi familia nadie nunca tuvo moto, jamás me había subido a una y tampoco me habían llamado la atención. Pero mientras las veía proyecté que esta podría ser una buena forma de expandir el rango de acción de mis fines de semana

Así me inicié en el motociclismo. Sin tradición motera y sin tener idea de motos compré mi primera motocicleta y conocí un mundo nuevo fascinante que me daba muchas razones para alivianar la intensidad del mundo empresarial. Lo que se presentó como un minúsculo momento cotidiano poco después se convirtió en una venta para esa vitrina y en un nuevo hobby para mi. Era demasiado estimulante.

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Así nació mi cuarta gran vocación: el motociclismo y la vuelta al mundo.

Pero esta historia se la dejo a Forbes.

Ideas finales: La vida son proyectos. Eres los proyectos que emprendes. No importa cuál sea tu situación, siempre podrás emprender proyectos en tu vida. Préstale atención a las pequeñas cosas que encienden la llama en ti porque tal vez sea el inicio de algo importante. Eso se llama tener iniciativa. Encuentra los balances y los partners. Proyectos. La vida es una colección de proyectos que emprendes y cada uno construye quien eres. Haz que valga la pena. Explota cada proyecto que emprendes, cada uno es una oportunidad. Nada que valga la pena será fácil.

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Testimonio de Andrés Fuse de Autogermana BMW.

Testimonio de Paola Piza del Bogota Conventions Bureau.